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Aimaras: ubicación, características e historia

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Aimaras: ubicación, características e historia
El Perú es un país conformado por múltiples pueblos y grupos culturales que enriquecen nuestra diversidad cultural y nuestra identidad como peruanos, aportando con tradiciones, lenguas y conocimientos propios. Entre ellos, el pueblo aimara ocupa un lugar destacado por su historia milenaria y por mantener viva una relación armónica con la naturaleza y la colectividad. 
 
Conocer a estos pueblos originarios y grupos culturales nos permite relacionarnos con respeto y valorar la riqueza de la diversidad cultural y lingüística que caracteriza al Perú. 
 

¿Dónde se ubican los aimaras? 

 
La población aimara habita principalmente en el altiplano del sur del Perú, alrededor del Lago Titicaca. Se localiza en seis provincias del departamento de Puno y en algunos distritos rurales de Moquegua y Tacna. Existen comunidades tanto rurales como urbanas, lo que refleja su capacidad de adaptación a distintos entornos. 
 
En total, hay 650 localidades con presencia aimara, de las cuales 616 están reconocidas como comunidades campesinas. Históricamente, esta población también se extiende más allá de las fronteras nacionales, ocupando la zona occidental de Bolivia, el noreste de Chile y algunas regiones del noroeste argentino, donde se les denomina “collas”. 
 
El territorio aimara se caracteriza por su diversidad ecológica. En el altiplano predominan los suelos de pastoreo y las tierras de cultivo de papa, quinua y cañihua. En los valles interandinos de Moquegua y Tacna, las familias complementan la agricultura con el comercio y la artesanía. Esta relación con la tierra y el entorno natural es una parte central de su identidad colectiva. 
 

Breve historia del pueblo aimara 

 

 
La historia aimara se remonta a los reinos Collas, Pacajes y Lupacas, que florecieron cerca del Lago Titicaca hacia el año 1100 d.C. Durante unos tres siglos, estas sociedades mantuvieron un sistema organizado y una fuerte conexión con su entorno natural. 
 
En el siglo XV, el imperio inca invadió su territorio y lo incorporó al Collasuyo, una de las cuatro regiones del Tahuantinsuyo. A pesar de la dominación, conservaron su lengua, sus costumbres y su religiosidad, pues el control inca tuvo un carácter político más que cultural. 
 
En la época republicana, las familias aimaras participaron activamente en los cambios sociales del siglo XX. Su trabajo comunal y la defensa del territorio fueron fundamentales para mantener su forma de vida. Tras la Reforma Agraria de 1969, muchas comunidades recuperaron tierras y reforzaron su sentido de organización, dando lugar a una nueva etapa de fortalecimiento cultural y productivo. 
 
 

Organización social y principios comunitarios 

 
Las comunidades aimaras se organizan de manera colectiva. Cada una reúne familias unidas por normas y responsabilidades compartidas. Entre sus autoridades destacan el presidente comunal, encargado de la representación legal, y el teniente gobernador, que vela por el orden interno. En el pasado existió también el campo vigilante, figura dedicada a observar el clima y supervisar las chacras. 
 
Asumir un cargo comunal es una expresión de servicio. Quienes lo hacen son reconocidos por su compromiso con la comunidad. En las zonas urbanas, la población mantiene sus lazos mediante asociaciones y redes de apoyo mutuo. 
 
Los valores que sustentan la vida social aimara son la reciprocidad, que fomenta la ayuda entre familias; la familia, base de la organización económica y social; y el trabajo, entendido como una forma de expresión y responsabilidad compartida. Estos principios reflejan una cultura de colaboración y respeto colectivo. 
 
 

Actividades económicas en el altiplano 

 
Las comunidades aimaras del altiplano de Puno y de los valles interandinos de Moquegua dedican gran parte de su esfuerzo a la agricultura y la ganadería. Cultivan tubérculos, cereales y granos adaptados al clima andino, y crían vacunos, ovinos y animales menores para el consumo y el intercambio local. 
 
En las zonas más altas, la ganadería de camélidos —alpacas y llamas— ocupa un lugar central. En los alrededores del Lago Titicaca, la pesca y la caza complementan la alimentación familiar. Cada actividad refleja la relación estrecha entre las personas y la naturaleza, guiada por el respeto a la Pachamama. 
 
El trabajo se distribuye de manera colaborativa. Los hombres preparan la tierra y realizan la cosecha; las mujeres se encargan de la siembra, la selección y la transformación de los alimentos. En la ganadería, los varones hacen la esquila del ganado y las mujeres el pastoreo. Esta organización, basada en la cooperación, garantiza el sustento de toda la comunidad. 
 

La lengua del pueblo aimara 

 
El aimara es una lengua originaria de los Andes centrales que conserva una notable vitalidad. Según los Censos Nacionales de 2017, más de 450 000 personas la aprendieron en su niñez. Se habla principalmente en Puno, Tacna y Moquegua, y también en regiones de Bolivia, Chile y Argentina. Pertenece a la familia lingüística aru, junto con el jaqaru y el kawki, y continúa transmitiéndose gracias al entorno familiar y comunitario. 
 
Preservar el aimara significa cuidar el conocimiento, la memoria y los valores que sostienen su identidad. La educación cumple un papel central en este proceso, al fomentar el respeto por las lenguas originarias y la valoración de todas las culturas del país.z 
 

Fomentar la educación intercultural y el respeto a la diversidad cultural: el compromiso de la Fundación Wiese 

 
La fundación busca fomentar la educación intercultural y el respeto a la diversidad cultural para construir una sociedad más inclusiva y democrática, donde todas las culturas puedan convivir en armonía y formar mejores ciudadanos peruanos.
 
Con esta iniciativa, queremos promover y demostrar que la ciudadanía intercultural no debe ser solo una meta, sino un compromiso de trabajo colectivo desde distintos sectores. En este sentido, MINEDU, MINCUL y Fundación Wiese, ofrecen estos recursos educativos para contribuir al fortalecimiento de la valoración de la diversidad cultural como un pilar esencial para una sociedad inclusiva.  

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